El arzobispo de Santa Fe se refirió a la grieta existente en la sociedad. Afirmó que «un país bendecido por Dios y dotado de tantas riquezas y posibilidades es motivo de constante gratitud, sin embargo debemos lamentar circunstancias que debilitan nuestra amistad social».
Miles de santafesinos participaron este domingo de la 118ª Fiesta de Guadalupe, la tradicional ceremonia religiosa que año tras año moviliza a fieles de diferentes puntos de la provincia.
En las inmediaciones de la Basílica se reunieron desde muy temprano familias enteras, jóvenes en grupo de amigos y gente mayor que se acercaron con un motivo muy especial: saludar a la patrona de Santa Fe.
En este contexto y durante la misa central, el arzobispo de Santa Fe José María Arancedo brindó su habitual homilía en el cual hizo referencia a la autodenominada «grieta» en el país que instaló «una cultura del enfrentamiento» entre los argentinos.
«Un país bendecido por Dios y dotado de tantas riquezas y posibilidades es motivo de constante gratitud, sin embargo debemos lamentar circunstancias que debilitan nuestra amistad social.
El obstáculo a esa dificultad lo encontramos en no saber encontrarnos desde la diversidad, nos acostumbramos a una cultura del enfrentamiento y la ruptura que nos aleja de esos espacios de encuentros tan necesarios para generar proyectos de crecimiento y equidad social.
La cultura del encuentro necesita del diálogo, el respeto, la responsabilidad y la solidaridad especialmente de la clase dirigente. La calidad institucional es el camino más seguro para lograr la inclusión social», dijo Arancedo y ante cientos de fieles en una jornada muy agradable con mucho sol en la capital provincial.
En otro párrafo del sermón, el obispo le transmitió a los devotos que «tampoco podemos en este marco dejar de mirar las heridas de tantos hermanos que son víctimas de la pobreza, el crimen, el narcotráfico, la violencia, especialmente contra la mujer. La crisis argentina tiene su raíz en conductas que se han desvinculado de la exigencia moral de los valores.
La conciencia, como regla suprema del hogar parecería que se ha adormecido, la hemos adormecido. El dinero, el poder, el éxito a cualquier precio, han ocupado un lugar en la escala de valores individuales o grupales que han desplazado a la verdad y devaluado el valor de la palabra.
Cuando la deshonestidad y la impunidad avanzan el cuerpo social se debilita. Argentina necesita volver su mirada a Dios como fundamento del orden moral y la fuente de toda razón y justicia».
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