El 22 de noviembre de 2007, en una casa de Barrio Unidos, precisamente en calle Brasil 574, a metros de América, la policía encontró muerto a un hombre de nacionalidad italiana que se dedicaba a la comercialización de insumos industriales.
Agentes de la UR XI descubrieron que Giovanni Mezzalana Trabugio, de 53 años, yacía sobre su cama con la cabeza destrozada por una bala que partió de un arma de grueso calibre, más precisamente de un fusil Mauser, de caza mayor.
El personal policial llegó a la escena del crimen en compañía del hijo adolescente de la víctima, un joven cuyo comportamiento había resultado sospechoso en distintos momentos del día.
En la mañana temprano el muchacho, de 17 años, había sido visto en compañía de su hermanito de 10. Iba al volante del Fiat Marea, un último modelo que su padre cuidaba celosamente.
Entonces los chicos que pasaron por una panadería y compraron bizcochos explicaron a los patrulleros -que los interceptaron-, que el padre de ambos había viajado a Franck.
Después los hermanos fueron a clases a la Escuela Normal como lo hacían habitualmente, pero más tarde los dos fueron llevados a la Comisaría 1ra.
En sede policial el mayor de los chicos explicó, una vez más, que su padre había dejado el auto a su cuidado antes de partir a Franck, pero algo no cerraba en su relato y los agentes quisieron saber por ellos mismos qué había ocurrido con Giovanni, en realidad.
Recién cuando abrieron la puerta del dormitorio apareció el hombre tendido en la cama y con la cabeza cubierta por un almohadón. “Está dormido“, habría asegurado su hijo mayor. Pero Giovanni estaba muerto, rígido, con el cráneo destrozado por un disparo, así se pudo ver apenas su cara quedó al descubierto.
Ante ese cuadro el adolescente se quebró emocionalmente y reveló, no solo su presunta responsabilidad en el tremendo crimen, sino también toda la verdad acerca de los hechos desgraciados que hicieron a su atormentada vida.
“Estoy tranquilo porque se terminó mi calvario“, dijo.
El hombre murió en el acto por el impacto, que se produjo mientras el más chico de los hermanos dormía en otra habitación de la casa.
El muchacho fue llevado a la Jefatura del departamento Las Colonias, mientras su hermanito fue confiado al Centro de Violencia Familiar, diligencias cumplidas por la policía con conocimiento de la jueza de Menores Dra. Ana María Elvira.
Luego apenas ganó la calle la noticia del crimen sacudió a los vecinos del empresario, sin embargo algunos vociferaron que “se veía venir“.
Violencia
Los chicos solían llegar a la escuela con los ojos morados y hasta con los dedos fracturados como consecuencia de brutales golpizas.
Un año atrás la madre de los chicos, oriunda de Chaco, había abandonado el hogar, escapando de los malos tratos recibidos y al momento del crimen vivía en Paraguay.
Había conocido a Giovanni en un viaje que realizó a Italia y antes de venir a Esperanza vivieron en Laguna Paiva.
Unos dos años antes del crimen la familia se estableció en Esperanza y desde entonces hay quienes recuerdan que los chicos solían permanecer en la vereda de la casa, bajo el rayo del sol calcinante, cumpliendo con penosas penitencias, a lo largo de horas interminables.
Esos y otros castigos eran por demás frecuentes. En ellos encontrarían explicaciones las graves lesiones -como presuntas fracturas-, observadas en las manos del mayor de los chicos.
En libertad
“Este chico está enfermo y hay que tratarlo como tal. Es el imputado, pero es la mayor víctima en esta historia“, declaró en aquel momento la jueza de menores Ana María Elvira.
Veinte meses después del crimen, Carlos Mezzalana, el autor del parricidio, concluyó un proceso de rehabilitación en la Casa del Adolescente en Rafaela y recuperó la libertad. Luego se mudó a Chaco con su madre para seguir la carrera de contador.
El relato de la madre
“Mi hijo encontró la solución ejecutándolo”, afirmó Miriam Natividad Alfonso, que convivió junto al italiano 15 años de su vida. Declaró que su hijo “vivió una psicosis muy profunda con el tema del padre, lo que lo llevó a tomar esa decisión”.
“Personalmente no me di cuenta que los maltratos del padre lo estaban afectando totalmente”, dijo. “No éramos una familia muy normal, vivíamos constantemente con violencia en la casa, con el maltrato del padre, por eso lo tomábamos como normal, hasta que decidió abandonarlo a su suerte“.
Consultada acerca de esta actitud confesó que “en varias oportunidades hemos intentado alejarnos de casa”, pero “Giovanni los buscaba y se los traía de prepo a vivir con él”.